Así se resume el panorama golfístico español en la recta final de la década de los cuarenta, encarando ya el inicio de los años 50, objetivamente más florecientes en todos los aspectos.
La consolidación del Open de España
Llegado a ese punto, otra competición, en este caso de carácter profesional, alcanzaba su consolidación. Se trataba del Campeonato Abierto Internacional de España, cuya primera edición tuvo lugar en 1912. Arnaud Massy, que volvió a ganar en 1927 y 1928, tuvo el honor en ser el primero en inscribir su nombre en el insigne palmarés de un torneo que se encontró con serios obstáculos, sobre todo de índole económica, antes de alcanzar la década de los 40, unas dificultades reflejadas en la ausencia de competición en trece ocasiones diferentes, a veces en años consecutivos, en ocasiones de forma alterna a pesar del apoyo expreso del Real Club de Puerta de Hierro, que acogió el torneo en 25 de las 31 primeras ediciones.
Eran años, en cualquier caso, en los que el citado Arnaud Massy y Ángel de la Torre acaparaban los títulos en juego, especialmente éste último, en la cúspide de la clasificación en 6 ocasiones (1916, 1917, 1919, 1923, 1925 y 1935), lo que le convierte en el jugador con mayor número de entorchados en la historia del Open de España. Joaquín Bernardino, Gabriel González y Mariano Provencio ejercían esporádicamente de complemento en el listado de ganadores antes de que Marcelino Morcillo se hiciera notar, especialmente entre 1946 y 1949, cuatro títulos consecutivos, más que nadie en la historia a pesar de que, en honor a la verdad, en 1947 la victoria correspondió a un jugador amateur, en concreto a Mario González.
No en vano, con objeto de engordar el número de inscritos y dotar al torneo de mayor consistencia, se permitía la participación de determinados jugadores aficionados, lo que dio pie al lucimiento del Marqués de Sobroso, de Luis Ignacio Arana, del citado Mario González, de Herni de Lamaze, quien, como el anterior, se permitió el lujo de ganar a todos los profesionales presentes en la edición de 1955…, precursores todos ellos de jugadores de la calidad de Iván Maura, otro aficionado que se codeaba con esos primeros profesionales de verdadera categoría (Marcelino Morcillo, Carlos Celles, etc) que monopolizaron el golf español de elite antes de los incomparables Sebastián y Ángel Miguel, dos hermanos para el recuerdo que tendrán su merecida cabida en estas páginas en un futuro próximo.
En cualquier caso eran años, aquellos que median entre 1945 y 1955, en los que los escasos profesionales de la época tenían por lo menos la oportunidad de demostrar sus habilidades golfísticas y competir con los extranjeros que realizaban su inscripción, bien porque residían en España, bien porque llegaban expresamente desde más allá de nuestras fronteras para este cometido específico.
Empuje y entusiasmo de las jóvenes promesas
A partir de 1956, cuando el Open de España se celebró en las instalaciones de El Prat, inauguradas apenas dos años antes, la prueba tomó afortunadamente otro cariz, sobre todo por el empuje y el entusiasmo de las nuevas jóvenes promesas del golf español, que facilitaron que nuestro deporte se fuese practicando cada vez más en España y que la atención extranjera se incrementara significativamente, lo que redundó directamente en el incipiente ‘boom’ relacionado con la construcción de campos de golf.
No obstante, aún harían falta algunos años para llegar a esta etapa de crecimiento verdaderamente palpable del golf español. Así lo demuestran los datos que se desprenden del número de licencias, datos fríos pero exponentes concisos del crecimiento de nuestro deporte.
No fue hasta 1946 cuando se empezaron a registrar y contabilizar las licencias de golf en España por parte de la Federación Española de Golf. Alcanzado el año 1950, el balance ascendía a 417, un número sin duda escaso pero que no incluía a aquellos jugadores que no poseían el certificado de handicap. “Son bastantes más los jugadores aficionados que practican el golf en nuestro país, sin estar federados, que los que poseen handicap de juego”, afirmaban con grandilocuencia en un periódico de la época para ensalzar el crecimiento de este deporte.
Posteriormente la normativa estableció que para jugar al golf era imprescindible poseer la licencia federativa con objeto de cubrir las posibles contingencias en caso de accidente, lo que redundó en que el número de licencias fuese creciendo lenta pero continuamente. Lo mejor, citar varios datos para reflejar esta situación: Año 1958: 1.165 licencias; Año 1964: 2.195 licencias; Año 1967: 3.000 licencias, un número redondo que en la actualidad, en determinados meses, es la cifra de incremento mensual. ¡¡¡Cómo han cambiado, para bien, los tiempos!!!